Los villancicos, aunque sean polifónicos y estén muy ensayados, siempre transmiten espontaneidad y alegría a los que los escuchan y crean una conexión especial entre nosotros y nuestro público. Estamos en fiestas y nos felicitamos mutuamente la Navidad de la mejor manera que sabemos: nosotros cantando y ellos participando en las canciones y aplaudiendo.

El villancico nació como una forma musical y poética tradicional de España, América latina y Portugal, que fue muy utilizado entre los siglos XV hasta finales del Siglo XVII. Llevaba un estribillo y, en ocasiones se armonizaba a varias voces, siendo, en sus orígenes, de tema profano y tono popular (de ahí el nombre asociado a los “villanos” o pueblo llano), Posteriormente comenzaron a cantarse en las iglesias, con una temática religiosa, y a asociarse específicamente con la Navidad y así es como han llegado hasta nuestros días.

Compositores notables de villancicos de aquella primera época fueron, entre otros, Juan del Enzina, Pedro de Escobar, Francisco Guerrero, Gaspar Fernándes y Juan Gutiérrez de Padilla.

Actualmente, tras el declive de la antigua forma del villancico, se denomina así a un canto de Navidad, de cualquier clase de extensión, métrica y rima, tanto en lenguas hispanas como en otras lenguas y procedentes de cualquier parte del mundo aunque claramente se aprecie la división entre villancicos cultos (piezas “serias” y elaboradas de música sacra enfocada a una temática navideña). y los alegres villancicos populares que derivan directamente de aquellas primeras tonadillas renacentistas.

Los alemanes las catalogan como “Weihnachten Lieder”. En portugués se las llama “cantinela” y en italiano “canzonetta di Natale”. Por último, a las piezas escritas en latín, y compuestas para la liturgia de Navidad (p.e. “Adeste Fideles”), siempre se las conoció como “motetes de Navidad”.